La muerte es un proceso vital que causa gran confusión en niños/as y adolescentes. La manera en que se aborde dicho concepto es crucial para el desarrollo de éstos. Sin embargo, hoy en día es un tema poco tratado socialmente, tanto en el contexto familiar como escolar. No hay nada que justifique la omisión para los menores de conocer qué es y qué no es la muerte, ni hay que esperar a hablar de ésta a que sea tan próxima que provoque conductas desadaptativas.

Ocultar a los menores que el sufrimiento y los acontecimientos dolorosos también forman parte de la vida, significa privarlos de conocer la parte más esencial de la existencia. Incluso puede conllevar un afrontamiento poco adaptativo de una situación complicada relacionada con la muerte. Se sigue asumiendo que protegiéndolos les ahorramos sufrimiento, pero es todo lo contrario: los apartamos de un evento fundamental en sus vidas, taponando la reflexión, cuando realmente la finalidad debería ser razonar y enseñar con naturalidad.

Si el niño/a o adolescente crece sin exponerse al sufrimiento, puede ser más propenso a la frustración y a no desarrollar habilidades necesarias para afrontar eventos que seguramente experimente en la vida adulta.

Pero, ¿cómo introduzco este concepto en el contexto familiar? Existen varios recursos que podemos utilizar:

  • El cine, dada su capacidad de transmisión. No son necesarias las películas que incluyan muchas muertes o fallecimientos trágicos, sino aquellas que trabajen conceptos como el valor de la pérdida o la necesidad de seguir adelante a pesar de la muerte de alguien cercano.
  • La literatura, a través de cuentos o libros.
  • La explicación de conceptos clave, siempre teniendo en cuenta la edad cognitiva del menor. Entre estos conceptos, encontramos: la irreversibilidad (aquello que ha muerto no va a volver a vivir), la universalidad (todos los seres vivos mueren en algún momento), el cuerpo deja de funcionar (todas las funciones vitales se paran tras la muerte) y la existencia de causas (la muerte tiene una explicación y es física).
  • Utilizar la muerte de otros seres vivos para evidenciar el ciclo de la vida, por ejemplo, la muerte de una planta o una mascota.

 

Y si fallece una persona cercana a la familia, ¿cómo se lo explico a mi hijo/a?

En primer lugar, hay que tener en cuenta la edad del menor. Es recomendable comenzar a dar explicaciones a partir de la etapa infantil, puesto que desde ésta surgen preguntas acerca de la muerte.

  • Entre los 3 y los 6 años, el niño/a se cuestiona cómo son las cosas en el lugar donde está la persona fallecida y se preocupa acerca de su cuidado y de la muerte de personas cercanas (“¿cómo va a leer allí si no se ha llevado las gafas?”, “y ahora, ¿quién me lleva al colegio?”, “¿tú te vas a morir también”?). De esta manera, en esta edad resulta muy importante usar un lenguaje claro y adaptado, tranquilizándolos ante la posibilidad de otras muertes. Lo que dificulta este proceso es el uso de metáforas y explicaciones complejas y científicas.
  • Entre los 6 y 9 años, las preguntas giran en torno al estado físico del difunto y conceptos abstractos que no comprenden (“¿qué le pasa al cuerpo cuando lo entierran?”, “¿me ve desde el más allá?”). Con esta edad, los aspectos que facilitan la comprensión de este proceso son las explicaciones de los rituales y el dejarles participar si así lo desean, valorando su opinión y aclarando fantasías o teorías imaginadas.
  • Entre los 9 y 12 años, surge la empatía hacia familiares cercanos y el menor se cuestiona la realidad a la que se va a enfrentar (“¿cuándo va a dejar papá de estar triste?”, “¿hay que vender la casa?”). En esta etapa, puede ser beneficioso compartir nuestras experiencias y normalizar las emociones. No se deben usar frases que dificulten la expresión emocional.
  • En la preadolescencia y adolescencia, las cuestiones que surgen son similares a las de los adultos (“¿ha sufrido?”). En esta etapa es crucial que el menor se sienta parte activa de todo el proceso, que se valore su opinión y hablarles de nuestra experiencia. No hay que apartarle del suceso, retrasar la noticia o anteponer a otras personas.

A grandes rasgos, y siempre adaptando las explicaciones a la edad del menor, los aspectos a tener en cuenta si se produce la muerte de alguien cercano son los siguientes:

  • Hacer partícipe al menor de los rituales funerarios, siempre acompañados por alguna persona de confianza que pueda responder a todo tipo de preguntas que pueda hacerle.
  • No utilizar eufemismos. Es necesario hablarle con claridad al menor, utilizando palabras como “muerto”, “cadáver” o “enfermo terminal”.
  • Normalizar el proceso de muerte, dando paso a que canalicen sus emociones sin que se avergüencen de ello.
  • No comparar el proceso de duelo adulto con el del menor, puesto que lo que para éste puede resultar importante, puede no darle importancia la persona adulta.

 

En resumen, evitar o distorsionar la realidad de la muerte no es educar para la vida. Es necesario reflexionar y orientar respetuosamente a los menores hacia una concepción natural de la muerte.

 

 

Rosa Mª Portero Ruiz

Psicóloga General Sanitaria

Número colegiada : M-33792.