Todos tenemos en mente los sucesos trágicos de impacto global ocurridos hace ya algunos años, hablamos de los atentados de las torres gemelas del 11-S o, desgraciadamente, algo más cercanos en tiempo y espacio, los atentados de atocha del 11-M o los atentados de Cataluña del 17-A, siendo todos ellos un ataque al gobierno o la sociedad con fines políticos o económicos fundamentados en ideologías y llevados a cabo por organizaciones criminales.

La mayoría de nosotros recordamos lo que estábamos haciendo al momento de conocer los sucesos, sin importar cuan lejos o cerca nos encontráramos del foco, ya que el impacto emocional y la huella que deja en nuestra memoria es enorme. Y lo es más todavía para aquellas personas que vivieron en primera persona los acontecimientos y que sobrevivieron a ellos, pues no conlleva posibles daños físicos recibidos sino también los daños y secuelas psicológicas, que muchas veces por su naturaleza abstracta son más fáciles de pasar por alto, pero son, como poco, igual de importantes que la parte física.

Entendemos como daño psicológico a las lesiones e inestabilidad emocional momentánea y también a las secuelas emocionales persistentes en el tiempo de manera crónica como resultado de sucesos estresores fuertes (Echeburúa, del Corral y Amor, 2004). Este daño psicológico puede darse tanto en las personas que vivieron los sucesos como en familiares, allegados y personas que, no habiendo estado presentes en el momento, sí que prestaron ayuda, colaboraron o trabajaron para gestionar los servicios y recursos para solucionar la situación de emergencia.

Tras producirse un acto terrorista, aparecen en primer lugar estados de shock, confusión, desesperanza, ansiedad, pasividad, incredulidad… para más adelante dar lugar a síntomas de victimización secundaria, que comprenden los síntomas derivados de la investigación policial (interrogatorios, reconstrucción de los hechos…) o procesos judiciales (Muñoz y Navas, 2006). Todo ello fomenta la aparición de sesgos cognitivos en las personas implicadas, con pensamientos de indefensión, inseguridad y desesperanza del mundo tales como: “Todo el mundo es maligno”, “Nada tiene sentido”, “No tengo dignidad”, “No estoy a salvo” … entre otros.

Fases generales en una persona que pasa por un atentado (Muñoz y Navas, 2006):

  • Fase 1: negación del acto terrorista e irrealidad
  • Fase 2: Pánico, terror y espanto al tomar conciencia de lo que acaba de pasar.
  • Fase 3: Síntomas depresivos asociados al trauma como apatía, irritabilidad, insomnio, pesadillas, pérdida de autoestima
  • Fase 4: Resolución del conflicto e integración de los acontecimientos vividos.

Además, también pueden aparecer síntomas de ansiedad, evitación, dependencia emocional, embotamiento afectivo, introversión y la llamada culpa del superviviente, presente sobre todo en personas que se han esforzado a ayudar a los demás. Pudiendo aparecer posteriormente trastornos como: Trastorno de estrés postraumático (TEPT), depresión, ataques de pánico, ataques de ira e irritabilidad, abuso de drogas y drogadicciones, fobias y evitación.

No obstante, cabe resaltar que los síntomas descritos se dan en líneas generales, hay que tener en cuenta las diferencias individuales de cada uno, así como sus fortalezas y debilidades, pudiendo desarrollarse o no alguno de estos trastornos incluso habiendo experimentado el mismo atentado cada persona reacciona e integra las experiencias de una manera determinada.

Trastorno de estrés postraumático (TEPT)

Según el DSM 5 (APA, 2013) el TEPT surge tras haber vivenciado cualquier experiencia de miedo intenso con amenaza de muerte, en familiares, en uno mismo o en trabajos relacionados con ello y conlleva experiencias de revivir los sucesos experimentados en forma de flashbacks recurrentes, evitación de circunstancias y estímulos próximos a la experiencia, bloqueo emocional y/o trastornos de conducta. Asimismo, en ocasiones se produce amnesia disociativa, la cual evita que se recuerden los hechos relacionados con la experiencia, dificultando la integración de los sucesos en el relato vital, la expresión emocional de lo ocurrido y fomenta las conductas de evitación alejando el apoyo social (Muñoz y Navas, 2006).

¿Cuándo busco ayuda psicológica?

Normalmente, tras haber vivido una experiencia traumática, es saludable que echemos mano de nuestros propios recursos, sin evitar recuerdos, sensaciones de tristeza, desesperanza o miedo. Como hemos visto anteriormente es parte del proceso y de las fases que experimentamos de manera natural. No obstante, si estas sensaciones y síntomas se alargan en el tiempo (4-6 semanas) es aconsejable buscar ayuda, teniendo en cuenta que pedir ayuda no significa una derrota, sino el primer paso para poner solución a un problema que nos impide vivir nuestro día a día y nos condiciona, es decir, existe un problema cuando la persona se encuentra atrapada en el recuerdo del suceso ocurrido, no hay recuperación de sueño ni apetito, existe sufrimiento constante, aislamiento social y soledad, hay incapacidad de volver a la rutina, consumo de bebidas, fármacos… (Echeburúa y Corral, 2007)

¿Soy vulnerable a tener TEPT?

Como hemos comentado anteriormente depende de cada persona y no existe una manera de saber con exactitud si vamos a pasar por ello o no, así como no sabemos si tendremos una experiencia de riesgo de muerte. No obstante, hay factores de protección que hacen que estemos preparados para afrontar este u otros trastornos y situaciones posibles en nuestra vida. Son, por ejemplo:

  • Historial de momentos estresantes a lo largo de la vida. Si hemos sabido gestionar los distintos problemas y picos de estrés en nuestro día a día, afrontándolos y aprendiendo de ellos, tendremos herramientas para afrontar con mayor o menor esfuerzo los que vengan.
  • Estabilidad emocional. Implica saber gestionar las emociones que sentimos, abrazando todo su espectro sin evitar sentir emociones “negativas”. Es decir, que independientemente de que sintamos tristeza o alegría, sepamos manejarlas comprendiendo que todas forman parte de la vida y son necesarias.
  • Expresión y apoyo social. Ser comunicativos y buscar apoyo de nuestro círculo de confianza, permitiéndonos mostrar nuestros puntos débiles sabiendo que no por ello somos menos fuertes sino todo lo contrario.

Para terminar, el trastorno de estrés postraumático puede estar presente en un 65%-70% de las víctimas directas de un atentado terrorista (Echeburúa, del Corral y Amor, 2004), existen por desgracia muchas personas que se han visto envueltas en este tipo de situaciones y han vivido momentos de dolor, miedo y pánico con secuelas emocionales. Pero, también han aprendido a reconstruir su vida a partir de ese punto, aceptando que es una parte más de sus recuerdos, sobreponiéndose a ello.

 

 

Bibliografía

APA (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-V) (Fifth Edition). Washington, DC: American Psychiatric Association

Echeburúa, E., & Corral, P. D. (2007). Intervención en crisis en víctimas de sucesos traumáticos: ¿Cuándo, cómo y para qué? Psicología conductual15(3), 373-387.

Echeburúa, E., Del Corral, P., & AMOR, P. J. (2004). Nuevos enfoques terapéuticos del trastorno de estrés postraumático en víctimas de terrorismo. Clínica y Salud15(3), 273-292.

Muñoz, J. J., & Navas, E. (2007). El daño psicológico en las víctimas del terrorismo. Psicopatología Clínica Legal y Forense7(1), 147-160.

 

 

 

 

 

Joselin Miranda Gómez

Psicóloga sanitaria

Colegiada Nº M-34684