Muchos de nuestros problemas, inseguridades y traumas provienen de edades tempranas, de lo que nos sucedió cuando éramos niños, de aquello que nos dañó y no sanamos. Ser capaces de reconocer a ese niño interior, de comprenderle, entender qué es lo que le pasó y darle apoyo desde el adulto que somos hoy en día es muy terapéutico.

Ese niño interior que todos tenemos busca satisfacer necesidades, superar miedos y enfrentar situaciones que no hemos afrontado y que se produjeron en la niñez.  Desde nuestro punto de vista adulto percibimos todo ello, pero le quitamos importancia e incluso lo deslegitimizamos porque no nos parece que nuestra parte adulta pueda quererlas o necesitarlas, viviéndolas muchas veces como debilidades y no queriendo enfrentarnos a ellas. El problema es que, aunque las neguemos, en realidad sí tenemos esas necesidades o querencias y muchas veces las intentamos suplir con diferentes tipos de conductas que sean capaces de distraernos de ellas, no quedando nunca satisfechas al no abordarlas directamente y haciendo que el problema se perpetúe.

Nosotros como adultos tenemos las mismas características que tenía nuestro niño interior. En ese niño están nuestros sueños, gustos y apetencias, a muchos de los cuáles hemos renunciado para sentirnos partícipes y perfectamente integrados en nuestra sociedad. Pero no mirar esas necesidades de frente no lleva a que desaparezcan, sino que crean un problema de insatisfacción que se perpetúa en el tiempo, y solo cuando asumimos esas necesidades y carencias incumplidas es cuando podemos sentirnos realmente libres y dar un sentido completo a nuestra vida. Cuando dejamos de enjuiciarnos y aceptamos esas necesidades es cuando podemos comenzar el trabajo necesario para cubrirlas y poder seguir caminando con la mochila más preparada.

Aceptarnos a nosotros mismos, tal y como somos y no como nos gustaría ser, es el primer paso para el avance. Desde la autocompasión podemos trabajarlo. Quizá no cuadremos con la idea que la sociedad tiene de éxito o bienestar; y lo que es más importante, no esté de acuerdo con los patrones que nos han ido trasmitiendo sobre todo en el ámbito familiar. Ser capaces de aceptarlo y poder ser honesto con uno mismo es un gran paso en nuestro crecimiento como seres humanos. Tenemos que ser capaces de ser nosotros mismos y no lo que la sociedad o la familia espera de nosotros

En Mindfulness uno de los aspectos que más se trabajan es el entrenamiento en el “no juicio”, ser capaces de tener una visión de equidad tanto con nosotros mismos como con los demás.  Generalmente los peores juicios los realizamos contra nosotros mismos, somos nuestros peores y más duros jueces, sobre todo en el mundo occidental donde el autocuidado y la compasión se interpretan como un malentendido “egoísmo”. Y nada más lejos de la realidad que el autocuidado y la compasión hacía uno mismo sean un acto egoísta, yo siempre pienso que es el primer paso hacia el altruismo.

Cuando un amigo o ser querido comete un error y nos lo cuenta, siempre tendemos a animarle y a quitar esa importancia excesiva que probablemente él le esté dando. Sinembargo, con nosotros eso es algo muy diferente: por el error más absurdo, un pequeño olvido, una caída (por supuesto con el pensamiento “por favor que no me haya visto nadie” de partida) somos nuestros peores jueces. “Estaré tonto”, “pero qué torpe soy”, “mira que soy inútil”, son sólo algunas de las lindezas que nos solemos decir.

 

Todo lo que no hagamos con nosotros mismos es imposible que podamos hacerlo con los demás. Una frase que me gusta mucho es: “si no tienes tu cántaro lleno no podrás dar de beber a nadie”. Es importante que nos cuidemos, que nos aceptemos, que protejamos y ayudemos a nuestro niño interior dándole todo el cariño que necesitó, ayudarle a superar aquello que le dañó, desde nuestra experiencia actual de adulto.

El mes pasado estuve en una jornada de antiguos alumnos del máster de Mindfulness y hubo una ponencia que me encantó y me tocó especialmente. Un compañero, Alejandro Moreno, compartió su experiencia sobre el trabajo que está haciendo de Mindfulness trabajando con reclusos de la prisión de Huelva, y no con presos por delitos menores, sino por homicidio o violación. Como he dicho su ponencia me tocó porque salía de su corazón, porque tuvo la generosidad de compartirla con todos nosotros.

Esa ponencia me hizo reflexionar no sólo la importancia de ayudar a sanar a nuestro niño interior, sino el poder ver el niño interior de los demás para poder ayudarles, ya que con determinadas poblaciones sino sería imposible, porque nos podrían nuestros juicios y prejuicios, porque no estaríamos viendo a una persona, sino sus actos, esos que muchas veces provienen de ese niño que fue realmente dañado y que nunca nadie ni nada curó. Hay otra frase que también se encuentra entre mis preferidas que dice así: “nunca juzgues a nadie hasta que no hayas andado durante tres lunas con sus mocasines”. Hay teorías que incluso defienden que cualquier persona que pasa por idénticas situaciones y circunstancias llegará muy probablemente al mismo resultado.

Los profesionales que trabajamos con personas tenemos que entrenarnos para poder ver ese niño interior en los demás, ese niño que llegó inocente al mundo y que luego las circunstancias cambiaron, porque desde ahí es desde donde nos puede nacer la compasión y la fuerza necesaria para ayudar a esa curación, a esa mejora en el bienestar de esa persona. Eso sí, siempre desde la auto-compasión, teniendo nuestro cántaro lleno y nuestro niño interior bien atendido.

 

 

Patricia de la Fuente Cid

Psicóloga sanitaria y Máster en Mindfulness 

Colegiada Nº: M-19319