Hoy, 30 de noviembre, se celebra el Día Internacional de la lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria (en adelante TCA). Desde hace años nos hemos acostumbrado a escuchar términos como anorexia nerviosa o bulimia, pero hoy los TCA trascienden más allá de la restricción de alimentos o la purga tras la deglución. En una sociedad cambiante e insaciable, donde la imagen corporal se ha implantado como una característica primordial para lograr éxito social, donde la alimentación y la nutrición es una constante en medios de comunicación y redes sociales, donde, en nuestras pantallas, se exhiben constantemente cuerpos con cánones de belleza impuestos por el “big data”, y los “likes” son concebidos como un refuerzo positivo, se asume que la responsabilidad sobre el cuerpo es solamente de uno mismo. Por todo ello los TCA han ido adquiriendo aún más complejidad, si es que ya cabía. La edad de estos se amplía y surgen nuevos trastornos no especificados antes del DSM-5 como:

–          Trastorno por rumiación

–          Trastorno de Evitación/Restricción de la ingestión de alimentos

–          Pica

–          Trastorno de atracones

–          Otros trastornos alimentarios

Los TCA son enfermedades causadas por múltiples factores, los cuales tienen una gran repercusión no sólo psicológica, si no también orgánica, y que se mantienen por un patrón inadecuado de ingesta unida a la necesidad de tener un control excesivo del peso que llega a ser patológico y que tiende a desembocar en deterioro físico y psicosocial.

¿Son entonces los TCA un simple problema con la comida? 

La respuesta es clara: no. Los profesionales en esta materia lo comparan con un iceberg donde la forma en la que nos relacionamos con la comida es sólo la parte visible. Por lo tanto, el problema no es la comida en sí, sino cómo ésta se ha convertido en una medida desadaptativa de afrontamiento o de defensa.

Entonces, ¿tiene algo que ver la digestión con las emociones? ¿Comemos emocionalmente?

De forma inconsciente empleamos la comida como una herramienta de regulación emocional, algo que sucede de manera muy visible en el trastorno por atracón. Y es en este trastorno donde nos vamos a centrar por tres causas esenciales: tiene una mayor prevalencia, mayor desconocimiento en la población y una gran comorbilidad. Se estima que el trastorno de atracones tiene una mayor prevalencia que la anorexia o la bulimia, 1,6 en mujeres y 0,8% en hombres, siendo además las diferencias de género menos pronunciadas. Sin embargo, es el menos diagnosticado, tiende a debutar en la vida adulta y permanecer en el tiempo, aunque su remisión tenga tasas más altas en menor tiempo que el resto de los trastornos.

Pero ¿qué es el trastorno por atracón?

Podemos definirlo como una alteración de la conducta alimentaria caracterizada por episodios de atracones. Un atracón responde a la ingesta compulsiva y excesiva de comida en un espacio muy corto de tiempo, hasta que el sujeto se siente desagradablemente lleno, acompañada de sensación de descontrol y sentimiento de culpabilidad, y que tiene como desencadenante un afecto negativo u otros disparadores como estresores interpersonales, restricción alimentaria, sentimientos negativos respecto al peso o incluso el aburrimiento (APA, 2013). La frecuencia debe ser de al menos una vez por semana y su duración al menos 3 meses para su diagnóstico.

Así pues, la función del atracón es mitigar la acción de esos disparadores a corto plazo, aunque después se añadan emociones como la vergüenza (en la mayoría de las ocasiones se come a escondidas), la rabia y la culpa que acaban comportando un gran dolor a los afectados, hasta tal punto que, a futuro, esta conducta deriva en disforia y una evaluación negativa de uno mismo. Este malestar es otro criterio esencial para el diagnóstico, puesto que estas emociones van acompañadas de pensamientos distorsionados que en terapia se convertirán en objetivos de trabajo junto con las emociones. Esta ayuda tendrá varias fases y se realizará de manera multidisciplinar, volviendo a dar pautas de comida al paciente, reeducación conductual y enseñándole a tener una atención plena en el acto de comer, como ya hiciera la psicóloga Jean Kristeller cuando diseñó un nuevo método en el que enseña a los pacientes  a escuchar a su propio cuerpo y a parar cuando sienten que están saciados (programa MB-EAT, Mindfulness Based Eating Awareness Training), basado en el método de Jon Kabat-Zinn, MBSR (Mindfulness Based Stress Reduction).  Al hablar de malestar asociado a la ingesta, no debemos menospreciar el malestar que pueden llegar a causar también aquellos casos “subclínicos” cuya relación con la comida sea tormentosa y sean merecedores a ser candidatos para pedir ayuda profesional.

  ¿Y cómo podemos detectarlo?

Este tipo de trastorno es difícilmente detectable, y de ahí que pase desapercibido, pero podemos prestar atención a síntomas como:

  • Insatisfacción con el peso o múltiples fluctuaciones de peso no justificadas.
  • Insatisfacción con su apariencia física o su cuerpo.
  • Tendencia a un bajo estado de ánimo.
  • Dificultades en las relaciones y círculos sociales.
  • Baja autoestima.
  • Cambios bruscos en las elecciones alimentarias.
  • Preferencia excesiva por determinados alimentos ricos en grasas o en azúcares simples.
  • Gestionar las emociones sólo a través de la comida.
  • Uso de la comida con otros fines o funciones que no son la de disfrutar, alimentarnos y nutrirnos (como castigo, premio, recompensa, o solución a nuestros problemas).

Hay un factor importante a tener en cuenta respecto al comienzo del tratamiento: la falta de conciencia de enfermedad. Es un rasgo típico de los TCA y se da en muchos casos, sobre todo al inicio. En estos casos, la familia es esencial para ayudar a la persona afectada a tomar conciencia de enfermedad y aceptar la ayuda de los profesionales. La mejor estrategia es comunicarse con la persona desde con una base emocional y no tanto desde la conducta de deglución, preguntarle cómo se siente, qué le preocupa, esa creación de conciencia aumentará su voluntad para asistir a terapia y aumentará la adherencia al tratamiento.

 

  • Bibliografía:

 

Blume, M.; Schmidt, R.; Hilbert, A. Executive Functioning in Obesity, Food Addiction, and Binge-Eating Disorder. Nutrients 2019, 11, 54.

Hilbert, A., Petroff, D., Herpertz, S., Pietrowsky, R., Tuschen-Caffier, B., Vocks, S., & Schmidt, R. (2019). Meta-analysis of the efficacy of psychological and medical treatments for binge-eating disorder. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 87(1), 91-105.

Asociación Americana de Psiquiatría (APA). (2013). Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (5 ª ed.). Arlington, VA:. American Psychiatric Publishing.

Sarai Fernández Rodríguez

Psicóloga Sanitaria

Colegiada Nº: M-32717